07 julio 2013

Sonrisas de Libertad


Estaba en el inicio de mi segunda carrera. Habían pasado casi 5 años desde la última vez que estaba involucrado en ser aficionado a alguna actividad que me diera algo más que lo que te da el trabajo, la escuela o alguna otra responsabilidad familiar o moral. 

Una de las enseñanzas más importantes que mi padre me inculcó a lo largo de toda la vida es enriquecer mi persona con actividades que van más allá de ese tipo de responsabilidades. Desde muy pequeño, los fines de semana y vacaciones eran dedicados religiosamente a la familia, los amigos, pero sobre todo al encuentro interno haciendo algo que me gustara y/o me hiciera de algún modo una mejor persona.

Cuando era niño, esta enseñanza me llevó al movimiento scout. Una actividad que estoy seguro tuvo muchas buenas influencias formativas en lo que respecta a la moral, mis principios e interés por el entorno. Me hacía feliz, me completaba y me divertía haciéndolo. Veintidós años después, la ambición y corrupción se habían apoderado de los intereses del movimiento y preferí alejarme para no volverme parte de ello. Quedó un hueco en mi vida, un hueco que pensé que nunca iba a poder reemplazar o mejorar con algo. 

En el momento en que estas haciendo cambios importantes, como es estudiar una segunda carrera universitaria, te entra la conciencia de ver que otras cosas no están tan bien como tu quisieras, fue entonces cuando me di cuenta que tenía rato de estar en una situación muy sedentaria, que había descuidado mi salud y que sería conveniente hacer alguna actividad física. 

Nunca fui muy adepto a hacer deporte de manera habitual pero solía coquetear con actividades relacionadas con el escultismo como son campismo, escalada, rapel, senderismo y en su mayoría actividades al aire libre. De pequeño intenté con el karate y más recientemente con el wu-shu pero no lograron cautivarme. 

Después de analizar mis opciones para hacer actividades deportivas y descartar futbol, voliebol, gimnasio y tae kwan do me enteré mediante una exhibición que se impartían clases de capoeira en la escuela.

Recuerdo haber visto a algún grupo en el centro de Coyoacán hacía mucho tiempo y es muy probable que ya hubiese leído algo porque ya tenía conciencia de que la capoeira era una lucha disfrazada de baile, que tenía elementos marciales, espectacularidad acrobática y desde luego que su origen se remitía a Brasil.

Pero lo que llamó mi atención muy particularmente fue la música. Durante esa exhibición noté que quienes dictaban la manera de hacer la capoeira eran los instrumentos y sentí mucha curiosidad por entender como se hacía ese ensamble. Me considero un melómano muy entusiasta y un músico frustrado que siempre está conociendo e investigando música de todo tipo y en esta ocasión no fue la excepción.

Fue entonces cuando me animé a pedir informes y presentarme a mi primer clase que tomé con Rosalinda. He de confesar que la pasé muy mal, que me costó mucho trabajo y que mi falta de condición se hizo notar desde el calentamiento. Esto se repitió los siguientes cuatro meses en los cuales cada vez que consideraba entrenar, se aparecía la maestra con esa presión involuntaria que hace que lo hagas sin pensar demasiado. 

No tuvo que pasar mucho tiempo para agarrarle un gusto especial al entrenamiento. Te empiezas a sentir mejor, los movimientos fluyen y la música te empieza a mover de maneras que solo entiendes cuando está alrededor.

Como con la mayoría de las cosas que me gustan, resolví involucrarme de lleno. De ese modo me convertí en el alumnno entusiasta que promovía las clases en la escuela, invitaba a sus amigos y hacía todo lo posible por no faltar.

Rosita tiene el encanto de que a pesar de que es exigente y su clase demandante, siempre encuentra la manera de potenciar las capacidades de sus alumnos y empezó a preparar a un grupo pequeño pero que avanzaba con firmeza. Para mi segundo cuatrimestre ella se presentó con la sorpresa de que estaba esperando un bebé y conforme avanzaba su embarazo me soltaba un poco más aunque todavía me costaba trabajo. 

Para entonces asistía regularmente a las rodas y empezaba a involucrarme más en asuntos del grupo. Tuve a bien de conocer a Adolfo el cuatrimestre en que Rosalinda pidió ser reemplazada por que se cruzaría con la llegada de su bebé. 

Adolfo tiene la cualidad de enamorar de la capoeira a cualquiera que le interese lo suficiente. El beneficio físico y los fundamentos culturales y teóricos que había cimentado Rosalinda fueron solidificados por las enseñanzas de mi maestro a quién hoy considero como una de las personas más calificadas para difundir y promover este arte. 

En ese entonces se estaba celebrando el 10o. aniversario del grupo, que fué también el primer encuentro de capoeira al que pude asistir. El poder conocer, convivir y compartir con toda esa comunidad fue lo que me hizo entender que esta sería la actividad que no solo iba a sustituir a los scouts, sino que además me iba a permitir desarrollar muchas otras cosas que quizá nunca hubiera logrado haciendo otra actividad. 

Concluí entonces que más allá de la parte física, la música y el fuerte elemento cultural que tiene la capoeira, el enfoque del grupo es difundir esta expresión cultural bajo una visión y una finalidad artística: “Lo que hacemos es arte

Lo siguiente era entrenar. Estar presente y activo en las actividades que podían hacer mejor la finalidad de todas estas personas que compartían conmigo. Aprender la música, la cultura, el idioma y todas las cosas que componen al arte de luchar sonriendo. El más agradable adicional es que se me dió la oportunidad de participar dando un poco de lo que me gusta y que se hacer mejor: mi profesión. Así ha sido desde entonces, procurando siempre hacer todo dando un poco más.

También siento orgullo de decir que la capoeira ha sido válvula de escape para necesidades y preocupaciones que como todo el mundo, he tenido. Pudiendo hacer tantas cosas que podrían destruirme o sumirme en un estado innecesario de aflicción, la capoeira ha sido la alegría de muchos días complicados e inspiración para que dejen de serlo.

Como melómano y amante de las cosas que pueden darle enriquecimiento y crecimiento a tu esencia entiendes que algo como la capoeira tiene una plenitud interdisciplinaria que te permite mejorar muchos aspectos personales, culturales y hasta intelectuales; aumentar tus capacidades sensibles y sobre todo que esto se hace en un ambiente donde la camaradería, la convivencia y el trabajo en equipo son personajes principales. Si a todo lo anterior le agregamos el hecho de que la capoeira es una fiesta donde te diviertes, haces amigos y sobre todo encuentras la capacidad de liberar muchas cosas que pudieron estar cautivas dentro de ti y que nunca imaginaste lograr, es fácil declararla como mi segunda forma de vida.

Casi 6 años después me doy cuenta que los resultados son inminentes. Estoy más sano, más contento, cuento con excelentes amigos, disfruto el gusto de poder hacer algún movimiento, participar en una roda, tocar cualquier instrumento y cantar en un idioma nuevo.

En este momento en que tengo la oportunidad de comprometerme más con mi grupo, mi capoeira pero sobre todo conmigo mismo, aún no estoy seguro hasta donde quisiera llegar. Pero tengo la ilusión de poder estar haciendo esto el resto de mi vida y desde luego que me encantaría poder compartir lo que he aprendido con alguien más. Estoy seguro de que va a pasar, pero ¿cuando?... Eso solo lo dirá el tiempo.

Hoy solo quiero jugar, disfrutar y cantar mientras me siento libre.

¡Axé Wowa!